jueves, 2 de diciembre de 2021

PALABRAS DEL ALMA N.93  EL HIJO ES PARTE DE LA MUERTE DE SU PADRE

Hay una ruptura en la historia de la familia, donde las edades se acumulan y se superponen y el orden natural no tiene sentido: es cuando el hijo se convierte en el padre de su padre.

Es cuando tu padre se hace mayor y comienza a trotar como si estuviera dentro de la niebla…lento, lento, impreciso.

Es cuando tu padre, que en otro tiempo había mandado y ordenado, hoy solo suspira, solo gime, aceptando tus designios buscando dónde está la puerta y la ventana - todo corredor ahora está lejos.

Es cuando tu padre antes dispuesto y trabajador fracasa en ponerse su propia ropa y no recuerda sus medicamentos, ni dónde dejó su periódico.


Y nosotros, como hijos, no haremos otra cosa sino aceptar que somos responsables de esa vida. Aquella vida que nos engendró depende ahora de nuestra vida para morir en paz.

Todo hijo es el padre de la muerte de su padre.

Tal vez la vejez de tu padre es curiosamente la última gestación. Nuestra última enseñanza. Una oportunidad para devolver los cuidados y el amor que nos ha dado por décadas. Benditos aquéllos que la vida les da la posibilidad de tener tiempo para devolver y no quedarse con ese nudo en la garganta de lo que nunca se pudo hacer para devolver el amor recibido.

Y así como adaptamos nuestra casa para cuidar de nuestros bebés, bloqueando tomas de luz y poniendo corralitos, ahora vamos a cambiar la distribución de los muebles para nuestro padre.

La primera transformación ocurre en el cuarto de baño, él ya no puede caer en la ducha porque sus caderas no resistirán, ni pisar el suelo mojado pues resbalará.

Comenzamos a ser los padres de nuestro padre y pondremos esa barra en la regadera. La barra es emblemática...la barra es simbólica…la barra es inaugurar el “des templamiento de las aguas”. Porque la ducha, simple y refrescante, ahora es una tempestad para los viejos pies de nuestro protector. No podemos dejarlo en ningún momento.

La casa de quien cuida de su padre tendrá abrazaderas por las paredes. Y nuestros brazos se extenderán en forma de barandillas.

Envejecer es caminar sosteniéndose de los objetos, envejecer es incluso subir escaleras sin escalones.

Seremos extraños en nuestra propia casa. Observaremos cada detalle con miedo y desconocimiento, con duda y preocupación. Seremos arquitectos, diseñadores, ingenieros frustrados. ¿Cómo no previmos que nuestro padre se enfermaría y necesitaría de nosotros?

Nos lamentaremos de los sofás, las estatuas y la escalera de caracol. Lamentaremos todos los obstáculos y la alfombra que se arruga.

Feliz el hijo que es el padre de su padre antes de su muerte, y pobre del hijo que aparece sólo en el funeral y no se despide un poco cada día. Infeliz es el hijo que pierde a su padre antes de tiempo y no disfruta de su vejez.

Mi amigo Juan Carlos Miranda acompañó a su padre hasta sus últimos minutos.

En el hospital, la enfermera hacía la maniobra para moverlo de la cama a la camilla, tratando de cambiar las sábanas cuando JuanCa gritó desde su asiento:

- Deja que te ayude!

Reunió fuerzas y tomó por primera vez a su padre en su regazo, sin pensar que su peso era impresionantemente poco, como un niño. En ese momento se dio cuenta que su “viejo” ya no era ese ser superior y poderoso que recordaba desde niño.

Colocó la cara de su padre contra su pecho.

Acomodó en sus hombros a su padre consumido por el cáncer: pequeño, arrugado, frágil, tembloroso.

Se quedó abrazándolo por un buen tiempo, el tiempo equivalente a su infancia, el tiempo equivalente a su adolescencia, un buen tiempo, un tiempo interminable, que pronto sólo sería recuerdo y no quiso que pasara el tiempo…ahora que ya no quedaba tiempo…

Meciendo a su padre de un lado al otro.

Acariciando a su padre.

Calmando a su padre.

Y decía en voz baja:

- Estoy aquí, estoy aquí, papá!

Lo que un padre quiere oír al final de su vida es que su hijo está ahí", aunque no lo pueda ver, debe sentir su presencia para despegar hacia la muerte.

Nota:

Escribo esto para aquéllos que perdieron a su padre antes de tiempo y no tuvieron la posibilidad de experimentar esa “vuelta de mano” de amor en su vejez.

Para aquéllos cuya relación padre-hijo(a) no fue de las mejores, y su padre quizás por alguna razón no entregó ese amor y protección en la niñez de su hijo (a).

Para aquéllos que no tuvieron la dicha de tener padre (entre ellos me incluyo), sin haber nunca experimentado lo que era tener una conversación con ese hombre que fue tu origen…la fuente de tu existencia, consejos, risas, aventuras, alegrías, juegos y también retos…pero con el amor de quien te engendró.

Para aquéllos que…hoy somos padres viejos y que extrañamos a nuestros hijos, extrañamos un llamado, un “te quiero viejo”, una visita inesperada de fin de semana, una encomienda llena de amor, un simple llamado telefónico preguntando como están los gatos y el perro, en fin para aquéllos como yo que vivimos la soledad de la tarea terminada y con hijos muy lejos cumpliendo sus sueños…aquí estoy hijos…aquí esperando que se acuerden de mí.

Buenas noches.